ESPECIAL VERANO 2022: Medita los evangelios de agosto. Habla con Dios sin agobios.

Meditación del domingo 7 de agosto de 2022:

Comentado  por Ambrosio de Milán

«Que la Palabra de Dios sea lámpara para mis pasos»

«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas» (Lc 12,35) Sobre el salmo 118, Sermón 14, 11-13: PL 15, 1394-1395 (LH)

Sea la fe precursora de tu camino, sea la Escritura divina tu camino. Bueno es el celestial guía de la palabra. Enciende tu candil en esta lámpara, para que luzca tu ojo interior, que es la lámpara de tu cuerpo. Tienes multitud de lámparas: enciéndelas todas, porque se te ha dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.

Donde la oscuridad es muy densa, se necesitan muchas lámparas, para que en medio de tan profundas tinieblas brille la luz de nuestros méritos. Estas son las lámparas que la ley dispuso que ardieran continuamente en la tienda del encuentro. En efecto, la tienda del encuentro es este nuestro cuerpo, en el cual vino Cristo a través de un templo más grande y más perfecto, como está escrito, para entrar en el santuario por su propia sangre y purificar nuestra conciencia de la mancha y de las obras muertas; de este modo, en nuestros cuerpos, que mediante el testimonio y calidad de sus actos manifiestan lo oculto y escondido de nuestros pensamientos, brillará, cual otras tantas lámparas, la clara luz de nuestras virtudes. Éstas son las lámparas encendidas, que día y noche lucen en el templo de Dios. Si conservas en tu cuerpo el templo de Dios, si tus miembros son miembros de Cristo, lucirán tus virtudes, que nadie conseguirá apagar, a menos que las apague tu propio pecado. Resplandezca la solemnidad de nuestras fiestas con esta luz de mente pura y afectos sinceros.

Brille, pues, siempre tu lámpara. Reprende Cristo incluso a los que, sirviéndose de la lámpara, no siempre la utilizan, diciendo: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. No nos gocemos eventualmente de la luz. Se goza eventualmente el que en la Iglesia escuchó la palabra y se alegra; pero en saliendo de ella se olvida de lo que oyó y no se preocupa más. Este es el que deambula por su casa sin lámpara; y, en consecuencia, camina en tinieblas, el que se ocupa de actividades propias de las tinieblas, vestido de las vestiduras del diablo y no de Cristo. Esto sucede cada vez que no luce la lámpara de la palabra. Por tanto, no descuidemos jamás la palabra de Dios, que es para nosotros origen de toda virtud y una cierta potenciación de todas nuestras obras.

 

Meditación del domingo 14 de agosto de 2022: 

Dionisio el Cartujo, monje. Comentario: Saludable división.

Comentario al evangelio de Lucas; Opera omnia, 12, 72.

«¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra» (Lc 12,51).

«¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz?» Es como si Cristo dijera: «No penséis que he venido a dar a los hombres la paz según la carne y este mundo de aquí abajo, la paz sin ninguna regla, que les haría vivir en armonía con el mal y les aseguraría la prosperidad en esta tierra. No, os lo digo, no he venido a traer una paz de este género sino la división, una buena y saludable separación de los espíritus e incluso de los cuerpos. Así, los que creen en mí, puesto que aman a Dios y buscan la paz interior, se encontraran, naturalmente, en desacuerdo con los malvados; se separarán de los que intentan alejarlos del progreso espiritual y de la pureza del amor divino, o bien se esfuerzan en crearles dificultades».

La paz espiritual, pues, la paz interior, la buena paz, es la tranquilidad del alma en Dios, y la buena armonía según el justo orden. Cristo vino, ante todo, a traer esta paz… La paz interior tiene su fuente en el amor. Consiste en un gozo inalterable del alma que está en Dios. Se le llama la paz del corazón. Es el comienzo y un anticipo de la paz de los santos que están en la patria, de la paz de la eternidad.

 

Meditación del domingo 21 de agosto de 2022: 

San Próspero de Aquitania (+ 460), teólogo laico, La vocación de todos los gentiles, 9

Los que acuden a Dios, apoyándose en él, con el deseo de ser salvados, son realmente salvados: es la inspiración divina la que les hace concebir este deseo de salvación; son iluminados por Él que los llama a que lleguen al conocimiento de la verdad. Son en efecto, los hijos de la promesa, la recompensa de la fe, la descendencia espiritual de Abraham, «una raza elegida, un sacerdocio real» (1P 2,9), previsto desde antiguo y predestinado a la vida eterna… A través de Isaías, el Señor nos dio a conocer su gracia, que hizo de todo hombre una criatura nueva: «He aquí que voy a hacer algo nuevo, ya está brotando,¿ no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes de agua en la estepa…, para dar a beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado, para que proclame mi alabanza». Y en otro lugar dice: «Ante mí se doblará toda rodilla, por mi jurará toda lengua» (Is 43,19s; 45,23).

Es imposible que todo esto no llegue, porque la providencia de Dios nunca falla; sus designios no cambian; su voluntad perdura y sus promesas no son erróneas. Por consiguiente, todos los que asuman estas palabras serán salvados. Deposita, en efecto sus leyes en sus conciencias, las inscribe con su dedo en sus corazones (Rm 2,15); acceden al conocimiento de Dios, no por el conducto de la enseñanza humana sino bajo la dirección del maestro supremo: «Así pues, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios que hace crecer» (1Co 3,7)… A todos da la posibilidad de cambiar el corazón, tener un juicio justo y una voluntad recta. En el interior de cada hombre, Dios infunde el temor, para que se instruyan con sus mandamientos… celebren la paciencia de su misericordia, y los milagros que ha realizado: porque Dios los ha elegido, los ha hecho sus hijos, herederos de la nueva alianza (Jr. 31,31).

 

Meditación del domingo 28 de agosto de 2022:

San Bernardo, Sobre el Cantar de los Cantares: Primicia de la sabiduría es el temor del Señor

«Vete a sentarte en el último puesto» (Lc 14,10)
Sermón 37, 5-7: Opera omnia, Edit. Cister. t. 2, 1958, 12-14

Si estamos bajo el dominio de la ignorancia de Dios, ¿cómo vamos a esperar en aquel a quien ignoramos? Y si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podremos ser humildes, pensando ser algo, cuando en realidad no somos nada? Y sabemos que ni los soberbios ni los desesperanzados tendrán parte o comunión en la herencia de los santos.

Considera, pues, ahora conmigo con cuánto cuidado y solicitud debemos desterrar de nosotros estos dos tipos de ignorancia, el primero de los cuales es el origen de todo pecado, y el segundo, de su consumación; cómo, por el contrario, los dos conocimientos opuestos —de Dios y de nosotros mismos— son respectivamente el principio y la perfección de la sabiduría; uno el temor del Señor y el otro la caridad.

Porque, así como el principio de la sabiduría es temer al Señor, así el principio de todo pecado es la soberbia; y como el amor de Dios se atribuye a sí mismo la perfección de la sabiduría, así la desesperación reclama para sí la consumación de toda malicia. Y así como de tu propio conocimiento nace en ti el temor de Dios, y del conocimiento de Dios se origina el amor al mismo, así, contrariamente, de tu personal desconocimiento surge la soberbia, y de la ignorancia de Dios procede la desesperación. Así, pues, la ignorancia de ti mismo te acarrea la soberbia, pues engañado por una mentalidad ciega y falaz, te crees mejor de lo que en realidad eres. Precisamente en esto consiste la soberbia, aquí está la raíz de todo pecado: en considerarte a tus ojos mejor de lo que eres ante Dios, mejor de lo que eres en realidad.

No existe, pues, peligro alguno, por más que te humilles, por más que te consideres menos de lo que eres, es decir, menos de lo que la Verdad te valora. Es, en cambio, un gran mal y un peligro horrendo si te crees superior, por poco que sea, a lo que en realidad eres, o si en tu apreciación te prefieres aunque sólo sea a uno de los que tal vez la Verdad juzga igual o superior a ti. Un ejemplo aclarará la idea: si pretendes pasar por una puerta cuyo dintel es excesivamente bajo, en nada te perjudicará por más que te inclines; te perjudicará, en cambio, si te yergues aun cuando no sea más que un dedo sobre la altura de la puerta, de suerte que te arrearás un coscorrón y te romperás la cabeza. Así ocurre a nivel espiritual: no hay que temer en absoluto una humillación por grande que sea, pero hemos de tener un gran horror y temor al más mínimo movimiento de temeraria presunción. Por lo tanto, oh hombre, no te atrevas a compararte con los que son superiores o inferiores a ti, no te compares con algunos ni siquiera con uno solo. Porque ¿qué sabes tú, oh hombre, si aquel uno, a quien consideras como el más vil y miserable de todos, qué sabes —insisto— si, merced a un cambio operado por la diestra del Altísimo, no llegará a ser mejor que tú y que otros en sí, o si lo es ya en Dios?

Por eso el Señor quiso que eligiéramos no un puesto mediano ni el penúltimo, ni siquiera uno de los últimos, sino que dijo. Vete a sentarte en el último puesto, de modo que sólo tú seas el último de todos los comensales, y no te prefieras, ni aun oses compararte, a ninguno.