ANDRÉS MARTINEZ ESTEBAN

EN ALFA Y OMEGA

Nos da su opinión sobre el libro

En su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, el cardenal Newman emplea la imagen de un río para explicar cómo la enseñanza del cristianismo no solo ha evolucionado a lo largo del tiempo sino que, en sus orígenes, hay autores eclesiásticos que se contradicen entre sí defendiendo posturas que parecen antagónicas. El santo inglés afirma que, a diferencia de lo que ocurre con una corriente de agua que es más pura cuanto más cerca está de su origen, en el cristianismo no sucede así, sino que según se acerca a su fin, según su lecho se hace más profundo y ancho, es más fuerte y puro, porque se ha incorporado el agua de otros afluentes y se ha dejado en los márgenes aquello que es desecho.

Esta explicación nos ayuda a comprender cómo en el cristianismo hay elementos que son circunstanciales porque están sujetos al devenir del tiempo y del espacio, y, al mismo tiempo, hay elementos que son permanentes, es decir, son invariables, no pueden cambiar ni ser modificados, porque pertenecen a la esencia del cristianismo.

Y precisamente por esto, porque es necesario conocer cómo ha evolucionado la doctrina de la Iglesia, cuáles son aquellas cuestiones que son esenciales y a las que no podemos renunciar, y cuáles son accidentales y han cambiado o cambiarán con el tiempo, este libro que ahora presentamos es fundamental.

La teología de los primeros cristianos está escrito por dos grandes conocedores de los padres de la Iglesia y de los autores eclesiásticos de los primeros siglos del cristianismo, Manlio Simonetti, fallecido en 2017, y Emanuela Prinzivalli, ambos laicos y profesores del Pontificio Instituto Augustinianum de Roma.

Dos son los grandes bloques que componen este libro. El primero dedicado a la reflexión sobre Dios y sobre Cristo, desde los orígenes hasta el Concilio de Nicea, y desde este hasta el Concilio de Calcedonia. El segundo aborda la reflexión sobre el hombre, también dividido en dos partes, desde los orígenes hasta los comienzos del siglo IV y desde la época constantiniana hasta san Agustín.

Las cuestiones que se abordan en el primer bloque no son fáciles, ya que fue durante los primeros siglos del cristianismo, antes y después de la celebración del Concilio de Nicea, cuando la Iglesia tuvo que explicar, ante las primeras herejías, cómo es el Dios predicado por los cristianos y quién es el Cristo anunciado por los apóstoles cuando fueron enviados a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En el segundo bloque los autores tratan cuestiones relacionadas con el concepto de hombre y de salvación, anunciados por Jesucristo y predicados por la Iglesia. Aquí se pone de manifiesto que el mensaje evangélico no estaba ni está destinado a un hombre ideal, sino que hace referencia a la realidad concreta que vive el ser humano. «Todas las necesidades humanas, físicas y espirituales…, están igualmente involucradas en la llegada del Reino e igualmente vistas como una realidad humana necesitada de redención».

Aquellos cristianos de los primeros siglos, en su gran mayoría –siempre hay excepciones–, no escribieron por erudición, sino que fundamentalmente eran pastores y evangelizadores. Por ello, su misión primordial fue mostrar la salvación que Cristo había traído al hombre real, que necesita ser redimido, y anunciar el Evangelio en unas circunstancias determinadas. Esto dio lugar a unos escritos basados en la Escritura y a una enseñanza que aplicaron en unas situaciones concretas con las que se encontraron, y que ya forman parte de nuestra fe cristiana.