El otro día estaba hablando con mis alumnos. Un grupo adorable de 15 años. Buena gente. Porque sí, los adolescentes son adorables por muy mala fama que arrastren. Son intensos —cosas de la juventud—, pero adorables. Tienen esa mezcla de ingenuidad propia de quienes eran niños no hace mucho y las ganas de comerse el mundo propias de quienes serán jóvenes adultos dentro de poco. Les decía algo que llevo tiempo pensando: que es una vergüenza que en este país nadie haya salido públicamente a darles las gracias por su esfuerzo. Porque si los adultos lo estamos pasando mal, ¿qué nos hace pensar que nuestros hijos no lo están pasando igual de mal? Se les encerró en casa, cuando hasta los perros podían salir de paseo, los tenemos en las aulas manu militari para que no interaccionen unos con otros, están preocupados por el trabajo de sus padres, por sus familiares enfermos, por su futuro. Y nada: ni una palabra amable hacia ellos. No existen. El país. 2021
José Miguel Traviesa Álvarez. Gijón (Asturias)