Soledad y Navidad

El hombre vive entre las cosas y hace el camino de la vida con sus semejantes, vuelto al exterior, dejándose llevar por los acontecimientos.

Por Olegario González de Cardedal ABC, 25 de diciembre de 2021 en ABC

En un momento dado se quiebra esa continuidad y se le abre el abismo de su interioridad. En ese caminar se encuentra consigo mismo en soledad. Soledad que puede convertirse en fuente de paz o sima de sombra y angustia. Le asaltan entonces las preguntas. ¿Qué hacer con mi soledad y qué o quién me acompaña en ella para que no me resulte insoportable y sucumba bajo su peso?
En castellano tenemos tres palabras para designar ese ámbito de la vida: soledad, soledumbre y solitud, o soledad física, soledad personal, soledad metafísica. A ellas corresponde la triple compañía que necesitamos para no quedar anonadados entre las cosas, sin nuestra realidad personal, abierta al mundo y a la vez a Dios.
En 1812 el teólogo protestante alemán Schleiermacher publicaba un diálogo de tres participantes cada uno de los cuales propone su interpretación de la Navidad. La primera comprensión es la histórica. Ella es el necesario punto de partida: relatar los hechos que en el tiempo y lugar determinaron la existencia concreta de Jesús. Los Evangelios nos dan los datos fundamentales de la geografía y cronología, con fechas lugares y nombres personales.
La segunda lectura comprende la Navidad en clave mítica, es decir como la fiesta de la infancia, del milagro de la vida, que renace siempre como el sol naciente y vence frente a la muerte. Aparece como el signo de la alegría del hombre cuando se hace como un niño. En esa infancia situaba Nietzsche el culmen de la humanidad, que va pasando del buey (sumisión humilladora) al león (rebelión prometeica) y desde este al niño (soberanía en ingenuidad dominadora). Hace esta lectura de Jesús, que le reduce a mero símbolo mítico de la inocencia alegre y despreocupada, inocente a la vez que exigente.
La tercera lectura parte de los hechos históricos, que intenta esclarecer y entender cada vez mejor; los piensa a la luz de la entera vida, doctrina y destino de Jesús, con todo lo que ella ha significado para la humanidad. Los primeros testigos y los creyentes hasta hoy hemos reconocido en él la presencia encarnativa de Dios, su voluntad de convivir y compartir su existencia con los mortales para hacerles partícipes de su divinidad. La trayectoria de Jesús, desde el pesebre a la cruz, desde Belén a Jerusalem ha fascinado a los humanos generación tras generación. El es probablemente uno de los hombres que más soledad sufrió pero ciertamente es de los que más compañía ha dado a los mortales. No se ha tratado de una mera idea (mito), ni solo de una propuesta moral (doctrina), sino de una persona en la que Dios se nos dice y da a los hombres.
Esta es la comprensión cristiana de la Navidad. La Iglesia lee en la liturgia los relatos del nacimiento de Jesús en los Evangelios de San Mateo y San Lucas, pero van acompañados del prólogo de San Juan. Este tiene su punto cumbre en la afirmación suprema posible sobre Dios: que ha mostrado su divinidad compartiendo nuestra carne: «El Verbo se encarnó… y plantó su tienda entre nosotros… pleno de gracia y de verdad». Su muerte acreditadora de su mensaje y su resurrección realizada por Dios son el sello de su identidad teológica. Él hace a Dios compañero de nuestro destino con su vida y muerte en juego, realizándolas como perdón, ofrenda, súplica por nosotros. En él tenemos la manifestación de que Dios: no es el enemigo, el oponente, o solo el límite de la libertad y autonomía del hombre. Estas son su gran don y su gran tarea para que compartamos su capacidad creadora. En Navidad confesamos que Dios no es contra nosotros sino con nosotros y por nosotros.
Navidad responde y corresponde a la pregunta por la soledad que como una sombra negra está creciendo en Europa de forma sorprendente. Dos hechos concretos junto a otros muchos: la caída de la natalidad por un lado, y el hecho de haber en nuestro continente europeo una gran parte de los hogares constituidos por una persona sola. ¿Porqué no se engendra? ¿No se tiene la confianza en la vida necesaria para compartirla y así agradecerla a quienes nos la han dado a nosotros? La vida no es una condena con una destinación final para la muerte. ¿No están detrás de esa postura negacionista de la vida afirmaciones tales como como la de Sartre: «El infierno son los otros», o la de Heidegger: «El ser es ser para la muerte»?
¿No tendrá esto algo que ver con la pérdida de la fe en Dios? Sería terrible que tuviera razón Nietzsche cuando tras haber anunciado la muerte de Dios afirmaba: «La fe en el Dios cristiano se hecho increíble…Comienza ya a lanzar sus primeras sombras sobre Europa?». Estamos ante un desafío a la raíz misma del sentido de la existencia y de la fe en el hombre, no solo de la fe en Dios. Qué pensar del proyecto que, tras el primer salto de la materia al ‘homo intelligens’, ahora harían posible al hombre los innumerables datos y la técnica. Sería el segundo grande y final salto de su historia: el del ‘Homo Deus’ (El hombre llega a ser Dios).
El autor alemán Jean Paul Richter escribió un ‘Sueño’ pensando en aquellos intelectuales de la Ilustración que no tenían el coraje suficiente para creer ni descreer en Dios. Se propone mostrarles al vivo en una pieza dramática la situación resultante para el hombre si de verdad Dios no existiera. Escenas terribles de tiniebla, muerte, angustia derrumbamiento de todo. En el prólogo y epílogo explica el verdadero sentido del texto: hacer sentir por un lado la situación del hombre sin Dios y por otro lado lo que positivamente supone la compañía de Dios. El texto es una catarata de negaciones de Dios puestas en boca de Cristo: ‘Discurso del Cristo muerto desde lo alto del mundo diciendo que no hay Dios’. Luego siguen las preguntas de los muertos gritando: «¿Cristo, es que no hay Dios?» Y él respondía: «No lo hay». Luego un grupo de niños muertos que se habían erguido en el cementerio claman sollozando: «¿Jesús, es que hay Padre?» Y llorando a lágrima viva Jesús respondía: «Todos nosotros somos huérfanos, ni yo ni vosotros tenemos Padre». El texto se cierra proclamando la alegría abisal que el hombre experimenta cuando reconoce que hay Dios y que no es huérfano.
Traducido al francés por M. de Staël, amputándole prólogo y epílogo, este ‘Sueño’ invirtiendo así la intención del autor, se convirtió en el manifiesto radical del ateísmo. Lo glosaron sobre todo los poetas: Nerval, de Vigny, de Musset, Victor Hugo. Para que nuestra alegría y celebración de Navidad no sean ingenuas ni ciegas se nos hacen inexorables estas preguntas en medio de la alegría o la soledad. ¿De verdad estamos solos en el mundo? ¿Nadie nos acompaña en el desfiladero de la muerte? A esas cuestiones responde la celebración cristiana de la Navidad. El Dios de Jesús en Belén es Emmanuel, compartiendo nuestro nacer y existir, vivir y morir. Por eso son posibles y gozosas la alegría y la esperanza.
Olegario González de Cardedal es teólogo.